domingo, 13 de mayo de 2012

Resumen: Simmel, La lucha (1a. parte)

Georg Simmel, «La lucha» en Sociología, Estudios sobre las formas de socialización, Tr. J. Pérez Bances, Madrid, Revista de Occidente, 1927, pp.9-99.

Resumen de Mauricio Prado
(correspondiente a la primera mitad del texto)

La lucha es una forma de socialización y, por ende, una forma de unificación social. Comúnmente se piensa que la lucha es una forma que actúa en contra de una unidad, que es una fuerza opositora a las fuerzas de cohesión. Pero la lucha, como fuerza opositora, es necesaria en la sociedad para mantener un orden, de la misma manera en que una burbuja necesita de la resistencia de su superficie como de la presión del aire interna para mantener su figura. Los antagonismos, como elementos de la lucha, impiden que se borren las diferencias dentro del grupo y además cuando existe una oposición se provoca la sensación de no estar completamente oprimidos, permite adquirir una conciencia de fuerzas.

No debe verse a la lucha como algo externo a la sociedad, o como una fuerza externa que trata de romper la unidad. La lucha debe entenderse como un elemento propio e intrínseco de la unidad social. Un buen ejemplo de esto son las relaciones eróticas, las cuales parecen sólo entretejidas por sentimientos de estimación, pero en ellas hay también mucho de aversión: sin embargo, ambos sentimientos, el amor y el odio, constituyen parte fundamental de la relación, son una unidad. 

Es claro que hay situaciones en las que existe la lucha pura, esto es sin ningún otro aspecto socializador. Cuando estas luchas se orientan hacia el aniquilamiento, se aproximan al caso extremo del exterminio, en que el aspecto unificador se reduce a cero. Pero tan pronto como aparece alguna consideración, un límite de violencia, nos encontramos ya ante un aspecto socializador: este es el caso de las guerras. En los conflictos no se busca exterminar al contrario, sólo someterlo y obtener del vencido algún beneficio, por ejemplo, el Tratado de Versalles que se le impuso a Alemania después de la primera guerra mundial. En estos casos se pelea por algo, por un objeto de deseo. Sin embargo, existe otro caso extremo en el cual se lucha por el simple placer de combatir; este caso es más peligroso porque parece determinado formalmente por un cierto instinto de hostilidad. Este instinto de hostilidad parece “natural” en el ser humano y va de la mano con el espíritu de contradicción, que se da de manera casi inconsciente. Es por esto que podemos reconocer un instinto de lucha a priori, si se toma en cuenta los motivos mínimos y hasta ridículos que originan las luchas más serias. Por la facilidad con que se sugieren sentimientos hostiles es claro que existe un instinto humano de hostilidad.

Ahora bien, ninguna lucha seria puede durar mucho sin el auxilio de un complejo de impulsos anímicos, que se van produciendo lentamente. La pureza de la lucha, por el placer de la lucha, sufre contaminaciones de intereses objetivos. Solamente en el caso del juego podemos decir que no hay ningún premio de victoria, se lucha por simple hecho de luchar, aunque cabe señalar que para que se dé un juego debe haber cierta unificación, pues los hombres se reúnen para luchar bajo ciertas normas y reglas. Con el ejemplo del juego podemos ver claramente el efecto unificador de los opuestos que se mencionó anteriormente. 

En suma, podemos observar dos escenarios: o bien que la lucha gire en torno a cuestiones puramente objetivas, quedando fuera de ella y en paz todo lo personal, o bien que la lucha esté marcada por un interés personal, sin que por ello sufran alteraciones o disidencias los intereses comunes a las partes. Es decir, que en el caso de una lucha personal, esto no afecta el objetivo por el que supuestamente se está peleando. Este género de lucha, en la que actúan todas las fuerzas de la persona, pero cuyo triunfo redunda en beneficio de la causa, tiene un carácter distinguido. Un buen ejemplo de esto podemos verlo en una lucha entre científicos por una verdad científica: en este caso la lucha personal sirve para que las partes involucradas pongan un mayor empeño para derrotar al contrario. Esta enemistad termina ayudando a la causa que, en este caso, es la verdad científica. Claro que esto no siempre sucede así, porque hay ocasiones en las que el egoísmo o el afán de victoria son mayores entre los contrincantes que la lucha justa, y entonces se recurre a una lucha desleal.

Hay un caso interesante: cuando en un grupo cuyos miembros comparten similitudes se producen las disputas más fuertes por motivos menores. Una explicación a esto es el deseo de diferenciación, ya que en un grupo donde todos tienen algún factor en común, el individuo siente la necesidad de diferenciarse de los demás. Frecuentemente los motivos de disputa son de lo más banales.

Aquí vemos otra función de la lucha; y es diferenciarse de los más cercanos, porque si se coincide en todo se pierde lo individual. Las disputas familiares o maritales cumplen el propósito de marcar distancia respecto del otro y así preservar la relación. Este es otro aspecto en el que podemos ver que la lucha es un factor de unificación.

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