domingo, 27 de mayo de 2012

Resumen: Freud, Malestar en la cultura, V-VIII

Sigmund Freud, El malestar en la cultura, V-VIII
Resumen versión de Valeria Molina

La cultura exige sacrificios, además de aquellos que afectan la satisfacción sexual. La cultura implica necesariamente relaciones entre un gran número de personas; la cultura no se conforma con los vínculos de unión que hasta ahora le hemos concedido, sino que también pretende ligar mutuamente a los miembros de la comunidad con lazos libidinales. La realización de estos propósitos requiere ineludiblemente una restricción de la vida sexual, ¿qué es lo que impulsó a la cultura a tomar este camino?

Uno de los postulados pretendidos por la sociedad civilizada es el precepto de: “amarás al prójimo como a ti mismo” Freud explica la irracionalidad de dicho argumento; el ser extraño aparece ante mí como alguien indigno de mi amor, alguien que, con toda sinceridad, parece merecer mucho más mi hostilidad y odio. Quien no alimente el mínimo amor hacia mi persona, no merece la menor demostración de mi consideración. El ser humano no es una criatura tierna y necesitada de amor, sino un individuo entre cuyas disposiciones instintivas incluye una buena porción de agresividad. El prójimo no le representa únicamente un posible colaborador, también es un motivo de tentación para satisfacer en él su cólera innata. Debido a esta primordial hostilidad entre los hombres, la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de la desintegración. La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre. Sin embargo, sería injusto, analiza el autor, reprochar a la cultura el que pretenda excluir la lucha y la competición de las actividades humanas; no obstante que dichos factores son imprescindibles, la rivalidad no necesariamente implica hostilidad.

Freud rechaza la idea de que es la institución de la propiedad privada la culpable de corromper la naturaleza humana; el instinto agresivo no es una consecuencia de la propiedad, rige casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando ésta era aún poca cosa. Si se eliminara el derecho natural a poseer bienes, todavía subsistirían los privilegios derivados de las relaciones sexuales, que necesariamente deben convertirse en fuente de la más intensa envidia y de la más violenta contrariedad entre los seres humanos. Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no sólo a la sexualidad, sino a todas las tendencias agresivas, se comprenderá mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella la felicidad. El hombre civilizado ha intercambiado en ella –la civilización– una parte de posible felicidad por una parte de seguridad.

Desde un principio, en la teoría psicoanalítica, se presentan en mutua oposición los instintos del yo y los instintos objetales; el amor tiende hacia los objetos, la función primordial reside en la conservación de la especie –la reproducción–. Para designar la energía de los últimos instintos, Freud los llamó libidinales, dirigidos a las pulsiones amorosas en el más amplio sentido. El concepto de narcisismo introduce el reconocimiento de que también el yo está impregnado de libido, pues primitivamente el yo fue el lugar de origen y en cierta manera sigue siendo el cuartel general. Partiendo de estas especulaciones sobre el inicio de la vida, se dedujo que además del instinto que busca conservar la sustancia viva, debe existir otro, antagónico a él, que disuelva las unidades y las retorne al estado más primitivo, inorgánico: el instinto de muerte. Atenuado y sometido, el instinto de destrucción dirigido a los objetos debe procurar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y el dominio de la naturaleza. La tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano, ésta constituye el mayor obstáculo con el que tropieza el desarrollo de la cultura. El sentido de la evolución cultural, cree Freud, ya no debe resultar impenetrable; por fuerza debe presentar la lucha entre Eros y muerte, instinto de vida e instinto de destrucción. La evolución cultural se define entonces, de acuerdo al autor, como la lucha de la especie humana por la vida.

¿A qué recursos apela la cultura para coartar la agresión que le es antagónica? La agresión es internalizada, devuelta al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo, que en calidad de superyó se opone a la parte restante y asume el papel de conciencia moral. La tensión creada entre el severo superyó y el yo subordinado al mismo la califica Freud como sentimiento de culpabilidad, que se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. La cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitándolo, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior. Dado que el hombre no discierne el bien y el mal de manera natural, debe tener algún motivo para subordinarse a esta influencia extraña: el miedo a la pérdida del amor. Cuando el hombre pierde el amor del prójimo pierde con ello su protección, se expone al riesgo de que este prójimo, más poderoso que él, le demuestre su superioridad en forma de castigo. Lo malo es aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida del amor. Sin embargo, el cambio fundamental se produce cuando la autoridad es interiorizada al establecer el superyó: los fenómenos de la conciencia moral son elevados a un nuevo nivel; aquí deja de actuar el temor a ser descubiertos y la diferencia entre hacer y querer hacer el mal desparece: nada puede ocultarse al superyó, ni siquiera los pensamientos. El superyó tortura al pecaminoso yo con sensaciones de angustia. Por consiguiente, se conocen dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: el miedo a la autoridad y el temor al superyó.

Ahora bien, si al principio la conciencia moral –angustia– es la causa de la renuncia a los instintos, posteriormente esta situación se invierte: toda dimisión instintiva se convierte en una fuente dinámica de la conciencia moral; toda nueva renuncia a la satisfacción aumenta su severidad e intolerancia. El efecto de la renuncia a los instintos sobre la conciencia moral se funda en que cada parte de agresión a cuyo cumplimiento desistimos es incorporada por el superyó, acrecentando su agresividad. La tentación no hace sino aumentar en intensidad bajo las constantes privaciones; la frustración exterior intensifica el poder de la conciencia en el superyó.

Dado que la cultura obedece a una pulsión erótica interior que la obliga a unir a los hombres en una masa íntimamente amalgamada, sólo se puede alcanzar este objetivo mediante la constante y progresiva acentuación del sentimiento de culpabilidad. El precio pagado por el desarrollo de la cultura reside en la pérdida de felicidad por el aumento de esta sensación. La culpa no es, en el fondo, sino una variante topográfica de la angustia, en cuyas fases ulteriores coincide por completo con el miedo al superyó. En la evolución del individuo el acento suele recaer en la tendencia egoísta o de felicidad, mientras que la otra, que se podría designar como cultural se limita a instituir restricciones. Esta lucha entre individuo y sociedad responde a un conflicto en la economía de la libido, esto es, entre el yo y sus objetos. En la perspectiva de Freud, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión.




[Añadido 28.05.12]

Resumen versión de Bárbara López Mondragón

V.

Existe una contraposición entre cultura y sexualidad por múltiples razones, pero es importante el hecho de que en una relación sexual lo importante es la pareja sin importar el resto de la sociedad mientras que la cultura reposa entre un gran número de seres humanos.

Podríamos imaginar una comunidad culta compuesta de tales individuos dobles, que saciados libidinalmente se enlazaran entre ellos a través de vínculos de trabajo e intereses; en tal caso la cultura no necesitaría sustraer energía de la sexualidad, pero esta no es más que una falacia pues este deseable estado no existe ni ha existido nunca.

Uno de los reclamos ideales de nuestra cultura dice: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pero, esta no es una actitud posible ni deseable pues el amor es algo muy valioso: no puede desperdiciarlo sin pedir cuentas, porque le impone deberes que tiene que estar dispuesto a cumplir con sacrificios. Si se ama al otro este debe merecerlo en alguna manera y lo merece si en aspectos importante es perecido a mí tanto que puedo amarme a mí mismo en él. Si es un extraño para mí no puede atraerme por algún valor suyo o alguna significación que haya adquirido para mi vida afectiva, se cometería una injusticia brindando amor a un extraño pues lo equipararía con los míos aniquilando la predilección que existe hacia estos. Si lo amo con un amor universal le correspondería solo una pequeña parte de mi amor.  

Con todo lo anterior se quiere ejemplificar que el ser humano no es un ser manso sino que es válido atribuir a su personalidad una dotación importante de agresividad, es decir, el prójimo no es solo una objeto sexual sino también una tentación para satisfacer en él la agresión.

Esa agresión cruel aguarda por lo general una provocación: cuando están ausentes las fuerzas anímicas que suelen inhibirla se desenmascaran los seres humanos como fuerzas salvajes. La existencia de esta tendencia agresiva es un factor que amenaza nuestra convivencia con el prójimo.

A raíz de esta hostilidad la sociedad culta se encuentra en una constante amenaza. El interés del trabajo no la mantendría cohesionada, dado que  las pasiones inconscientes son más fuertes que los intereses racionales. 

La cultura intenta prevenir los intereses más groseros de la fuerza bruta arrogándose el derecho de ejercer ella misma la violencia sobre los criminales. Puesto que la cultura impone tantos sacrificios no solo a la sexualidad sino a la inclinación agresiva comprendemos mejor que los hombres no se sientan dichosos dentro de ella.

VI.

Las pulsiones son algo fundamental en la naturaleza del ser humano. De ahí las palabras del filósofo F. Schiller: “hambre y amor mantienen cohesionada la fábrica del mundo”. El hambre podría considerarse el subrogado de aquellas pulsiones que quieren conservar al individuo, en tanto que el amor pugna por alcanzar objetos. Esto da origen a las pulsiones yoicas y de objeto; para designar la energía de estas últimas se utiliza el nombre de libido. Puesto que también las pulsiones yoicas son libidinosas, por un momento pareció posible identificar la libido con una pulsión general.

Además de la pulsión a conservar la sustancia viva y reunirla en cantidades cada vez mayores (eros), debía de haber otra pulsión opuesta a ella que pugna por disolver estas unidades (thanatos). Las exteriorizaciones del eros eran harto llamativas y las del thanatos silenciosas, pero las del thanatos se manifiestan en el mundo exterior en forma de agresión y quedan al servicio de las de vida. Si esta agresión es limitada hacia afuera crea un incremento de la autodestrucción. Es por esto que las dos variedades de pulsión casi siempre aparecen juntas más que aisladas.

La inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, y la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso. Esas colectividades de seres humanos deben ser ligadas libidinosamente entre sí y a este programa de la cultura se opone la pulsión agresiva natural.

VII.

En otras especies no se ha llegado a un equilibrio entre los influjos del mundo circundante y las pulsiones que libran combate dentro de sí y esto es un obstáculo para el desarrollo.

Pero la cultura se debe servir de ciertos medios para no atrasar este desarrollo. Una de sus más grandes tretas es la introyección de la agresión, que en realidad la reenvía al punto de partida: vuelta hacia el yo propio. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto y entonces como conciencia moral está pronta a ejercer contra el yo la misma agresividad que de buena gana habría satisfecho con alguien más.

La conciencia de culpa es la tensión que el superyó ha vuelto al yo y que lo está sometiendo. Es así como la cultura regula el peligroso gusto agresivo del individuo debilitándolo y vigilándolo desde una instancia situada en su interior.
El sentimiento de culpa se observa no solo cuando alguien hace algo que identifica como malo sino también cuando piensa en esto malo. El hombre no habría seguido este camino a no ser por su desvalimiento y dependencia de los otros: una angustia por la pérdida del amor y la protección. Sobreviene un cambio importante cuando la autoridad se interioriza, pues en ese momento aparece la angustia frente a la posibilidad de ser descubierto y desaparece por completo la distinción entre hacer el mal y quererlo.
El sentimiento de culpa se produce por la angustia frente a la autoridad y más tarde la angustia frente al superyó. La primera compele a renunciar a satisfacciones pulsionales. La segunda es fuerza a la punición puesto que no se puede ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos.

VIII.

El sentimiento de culpa es el factor más importante de la problemática del desarrollo cultural y el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de felicidad provocado por la elevación del sentimiento de culpa.

El sentimiento de culpa no es más que una variedad tópica de la angustia, que en sus fases más tardías coincide enteramente con la angustia frente al superyó. La angustia muestra las mismas extraordinarias variaciones en su nexo con la conciencia.

Es lógico que el carácter compulsivo de la cultura humana y que la inclinación a limitar la vida sexual o la de imponer el ideal de humanidad a expensas de la selección natural son orientaciones evolutivas que no pueden evitarse ni desviarse. Pero, si bien el desarrollo cultural logra dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento, hoy el ser humano ha llevado tan lejos su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio le resultara fácil exterminarse los unos a los otros.

1 comentario:

  1. muy bueno el resumen ayuda a comprender bastante las ideas de freud .de manera mas basica y apta para todo publico (:

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