lunes, 27 de febrero de 2012

Resumen: M. Harris, «La madre vaca» y «Potlatch»

Marvin Harris, «Prefacio», «Prólogo», «La madre vaca» y «El potlatch» en Vacas, cerdos, guerras y brujas, Los enigmas de la cultura, Madrid, Alianza, 1988, pp.7-37 y 105-124.

Resumen versión de Guadalupe Estefanía Arenas

Prefacio

En este texto se observa claramente la inclinación al marxismo del antropólogo estadounidense Marvin Harris (1927-2001), quien funda una corriente de pensamiento denominada materialismo cultural, que tiene como fin dar cuenta toda manifestación social a partir de los factores económicos.

Las explicaciones «teóricas» sólo impiden que las personas comprendan el porqué de su estilo de vida. Debido a esto, propone una nueva forma de investigación que organice los conocimientos y puedan comprenderse los innumerables modos de concebir el mundo.

Para explicar algunas de las manifestaciones culturales más relevante de la humanidad, aconseja no dejarse llevar por las primeras impresiones que se tenga sobre ellas, pues esta información es en general falsa y no sirve para estudiar la forma de vida de un pueblo.

Prólogo

Harris pretende dar explicaciones racionales a las diferentes manifestaciones culturales que ocurren alrededor del mundo, además, pretende presentar soluciones plausibles, mas no certezas absolutas o dogmáticas.

Para mostrar estas soluciones, da una explicación sobre las costumbres aparentemente irracionales de algunos pueblos. Sin embargo, estas formas de vida no son del todo inescrutables, pues tienen causas definidas e inteligibles, contrario a lo que durante tanto tiempo se ha pensado, es decir, que Dios es el único que sabe el porqué de estas diferencias y que Él mismo es el que ha dado lugar a que las distintas sociedades no sean iguales.

Marvin Harris rompe con la tradición de ver todo de una manera espiritualizada y atribuir lo ocurrido a los dioses, esto se debe a la ignorancia, al miedo y el conflicto que nace entre los individuos. Pasa de esta creencia teórica a un análisis práctico de las cosas, asegurando que todos los conjuntos de creencias tienen su origen en condiciones y necesidades «vulgares».

La madre vaca

La mayoría de los observadores ha de preguntarse la razón por la cual los hindúes, a pesar de estarse muriendo de hambre, no son capaces de matar una vaca para sobrevivir.

El paisaje de la India puede ser completamente extraño para los occidentales, pues está lleno de vacas por todos lados: en las calles comiendo desperdicios, en las casas, en los mercados etc. Muchos aseguran que este amor desmedido a las vacas es la principal causa del hambre y la pobreza en la India.

El gobierno de dicho país, en respuesta a la alta devoción por las vacas, incluso ha instituido leyes para su protección, ha mandado la construcción de albergues; no se permiten herir a una vaca que esté en la vía pública e incluso, el famoso Gandhi prohibía y condenaba el sacrificio de las vacas. A pesar de ello, Harris dice que este amor a las vacas tiene una explicación práctica.

Las vacas son la base económica del pueblo hindú. Estos animales, a pesar de que la mayoría de las veces se encuentran en malas condiciones, son aprovechados para varias actividades.

La leche es un producto que es consumido por algunos hindúes, sin embargo, más de la mitad de las vacas en la India no dan leche por su alto grado de desnutrición. Una vaca en occidente puede dar de 15,000 a 20,000 litros de leche anuales, mientras que en la India una sola vaca sólo puede ser capaz de proporcionar 500 litros al año. Por esto, la población hindú prefiere obtener leche de la hembra del búfalo de agua, que puede dar más del doble de leche que las vacas convencionales.

La agricultura es la principal actividad de la población hindú y de ella se valen para sobrevivir. Esta fuente de trabajo no se realiza como en Occidente, con ayuda de los tractores, sino mediante el tiro de los bueyes. Es claro que los bueyes provienen de las vacas y si uno de ellos muere, al ser la población tan pobre, significa la ruina total de una familia campesina. Por esta razón, el amor a las vacas puede estar íntimamente ligado con el sistema económico, pues de ellas depende que se origine la herramienta agrícola más importante.

Las vacas, pues, no sólo sirven para dar leche, sino que también pueden obtenerse numerosos beneficios con su boñiga, por ejemplo, sirve de fertilizante para las tierras de cultivo, combinada con agua se utiliza para los pisos de las casas y, una de las aplicaciones más importantes, es que esta boñiga es usada como combustible, sobre todo para la cocción de los alimentos, pues proporciona una llama ligera que dura gran tiempo y permite que la comida se cocine lentamente.

Los bueyes, además de las ya tan mencionadas vacas, proporcionan sustitutos de bajo consumo de energía. Es decir, con estos animales, se pueden realizar grandes trabajos sin consumir mucha energía, contrario a lo que pasa con los tractores, que pueden hacer igualmente grandes trabajos, pero consumiendo enormes cantidades de energía. Por esta razón, no debe considerarse como completamente errónea la creencia en el amor a las vacas y la prohibición de matarlas o sacrificarlas, pues en ellas está basada la economía que mantiene viva a la población de la India. Además, en Occidente (sobre todo en Estados Unidos) se destinan grandes superficies de tierra para la crianza de vacas con el fin de obtener su carne, provocando así daños irreversibles en el suelo, situación que no ocurre en la India, donde la mayoría de la gente es vegetariana, aunque han existido casos de hambrunas y sequías en que la población desesperada se ha visto orillada a matar a las vacas para alimentarse.

Cuando una vacas está enferma o moribunda, las familias no deciden matarla, no tanto por el respeto a la vida, sino porque constituye su única fuente de ingresos. En los casos más graves, cuando una vaca muere, se le da a los “intocables”, la casta que come carne y carroña. Estos mismos personajes aprovechan el cuero de las vacas para fabricar diversos productos.

Con esto, explica Harris, puede decirse que el amor por las vacas que profesan los hindúes, refleja un grado de economización mucho mayor que en Occidente. Pero sobre todo, esta devoción a las vacas no radica directamente en una creencia o mito religioso, sino que está asociada con la economía de subsistencia de la población; pero la solución a la pobreza en la India, sugiere el autor, tiene que basarse en una alternativa que sea capaz de destruir el sistema actual y remplazarlo por relaciones económicas y sociales nuevas, lo cual no quiere decir que las vacas dejen de ser la principal fuente de recursos, sino que debe permitirse a la gente disponer de más tierra, de agua, de bueyes, búfalos de agua y vacas.

El Potlatch

Harris analiza a varios pueblos norteamericanos, polinesios y melanesios para explicar el origen del “impulso de prestigio” que manifiestan dichas poblaciones.

Estas comunidades luchaban por obtener un status privilegiado y ser reconocidos por todos al ofrecer grandes festines, sobre todo aquellos habitantes de las actuales regiones de Alaska, la Columbia Británica y Washington. En estos lugares, existían poblaciones que –al parecer– estaban ansiosas por incrementar su poder y despilfarrar sus bienes para impresionar a sus rivales. Esta actividad es conocida como potlatch.

En la Isla de Vancouver, la comunidad de los kwakiutl practicó el potlatch durante mucho tiempo. Harris trata de demostrar que esta costumbre de ser admirados y reconocidos no es producto de condiciones desconocidas, sino de prácticas económicas y ecológicas.

Los kwakiutl vivían en casas de madera y fuera de ellas se encontraban enormes troncos de árboles esculpidos, a los cuales erróneamente se les ha llamado “postes totémicos”, los cuales simbolizaban tanto a los ancestros quienes habían dado el poder al jefe de la aldeas como el poderío del jefe en turno.
El jefe kwakiutl nunca estaba satisfecho con su rango y status, por lo que deseaba incrementarlo y justificar su poder: organizaba así grandes festines y en ellos pretendía mostrar que era más honorable que sus anfitriones. En dichas fiestas, el jefe regalaba a sus huéspedes o invitados enormes cantidades de pescado seco, bayas, pieles de animales, mantas, entre otros objetos. Los que recibían la donación menospreciaban los objetos recibidos y se comprometían a regresar el regalo en mayores cantidades. No sólo se llevaba a cabo el potlatch de una aldea a otra, sino que un solo jefe podía celebrar varios potlatch con diferentes aldeas.

En otros casos, en lugar de donar grandes cantidades de objetos se destruían, es decir, juntaban cantidades impresionantes de regalos como aceite o mantas, y las tiraban al fuego frente a la mirada de sus rivales.

En Nueva Guinea y en Melanesia, se pueden observar ejemplos prístinos de estas actividades de donación, pero a los que lograban ser superiores que los rivales eran denominados “grandes hombres”. Esta superioridad sólo podía ser lograda por quien lograra celebrar más festines a lo largo de su vida.
Estas manifestaciones ya mencionadas, son el producto de trabajos extra. El autor se refiere con esto a que, para lograr que el jefe alcanzara un status superior, se requería trabajar más para adquirir un número elevado de regalos y, por lo tanto, más honor. En un principio, el jefe era el encargado de reunir estas riquezas pero, posteriormente, convenció a sus familiares y amigos para poder recaudar estos regalos que iban a ser dados a los rivales. Sin embargo, pese a las enormes cantidades de obsequios, el jefe es quien trabaja más pero consume menos. Su único objetivo es obtener más prestigio.

Harris asegura que estas actividades del potlatch tienen una explicación económica, pues cumplen la función de incrementar los niveles de productividad y evitar que una población perezca en tiempos de crisis. Al donar riquezas a otra aldea, esta última estará obligada a devolver el regalo en mayores cantidades; además, la donación de festines competitivos creó una extensa red de expectativas económicas, es decir, el potlatch sirvió para transferir alimentos y otros recursos de un lugar de alta productividad a otros de menor riqueza.

Con la posterior disminución de la población aborigen en la Bahía de Hudson, las poblaciones usaron la destrucción de bienes para atraer a más personas a su aldea, con lo que incrementaban la mano de obra y, de alguna manera, mantener su status.

Esta forma de economía se ha llamado redistribución, pues las riquezas son obtenidas por varios individuos y después redistribuyen los bienes que acumularon en cantidades diferentes entre un grupo de distintas personas. Por otra parte, hay tribus que tienen otro sistema económico, como el de reciprocidad, el cual se localiza en las sociedades igualitarias, donde ninguno debe destacar y se ve de mala manera a quien desea ser más que sus compañeros. Incluso, se aplicaban grandes castigos a aquel que quisiera obtener más prestigio que los otros. En este tipo de sociedades, existe un intercambio económico que tiene lugar entre dos individuos en el que ninguno especifica con precisión qué es lo que espera como recompensa ni cuándo lo espera. Incluso, en estas comunidades es de mala educación dar las gracias al recibir algo, porque es considerada como una fórmula de superioridad. Ejemplo de estas tribus son los esquimales, los bosquimanos y los semai, los cuales afirmaban que el anhelo por el prestigio podía ser adverso para sus comunidades y  para su medio ambiente.

Finalmente, la redistribución reinó sobre la reciprocidad debido a que las comunidades fueron dándose cuenta de que realmente podían obtener riquezas sin dañar gravemente al medio ambiente y de ello, surgen las ansias de obtener más poder y de que los rivales reconozcan que el jefe de determinada aldea es superior  a ellos. El autor también afirma que cada sistema económico maneja de distinta manera la noción de prestigio. Por ejemplo, en la actualidad el que tiene más prestigio es el que consume más y, por tanto, el que tiene mayor cantidad de bienes. Concluye Harris diciendo que la sustitución de la reciprocidad por la búsqueda competitiva de status hizo posible que poblaciones humanas más extensas sobrevivieran y prosperaran en una región determinada.




Resumen versión de Bárbara López Mondragón

Marvin Harris, uno de los más importantes antropólogos de Estados Unidos, ha dado importantes aportaciones en los estudios de la cultura. En sus obras se dedica a hacer hincapié en la determinación que implican las condiciones materiales en la cultura.

Prefacio

En esta primera parte del texto, Harris comienza explicándonos cómo en múltiples ocasiones, después de haber ahondado en una u otra conducta en su contexto aislado, se le cuestionaba acerca de las demás conductas culturales, argumentando que al explicar, por ejemplo, el ritual del potlatch no aclaraba con esto la porcofobia entre los judíos o la adoración a las vacas de los hindúes. Argumenta el autor que la razón por la que las personas (pertenecientes a la cultura occidental) no comprenden estos comportamientos es por su prejuicio que los hace pensar que estos comportamientos en cierta manera religiosos no tienen una explicación fuera del simbolismo o el misticismo y por tanto no pertenecen al pensamiento racional.

Es así como surge la idea de que todos estos rituales o comportamientos culturales tienen su origen (por más diferentes que sean) en la organización económica de cada sociedad y sugiere Harris que los observemos como un conjunto y no aisladamente.

Prólogo

Este libro trata de las causas de estilos de vida aparentemente irracional e inexplicable. Es por eso que está lleno de casos raros que parecen insolubles. Las corrientes del pensamiento a veces se empeñan en afirmar que los patrones culturales son indescifrables por parte de la ciencia. Para explicar pautas culturales diferentes, tenemos que empezar suponiendo que la vida humana no es simplemente azarosa o caprichosa: los estilos de vida que otros consideran inescrutables tienen en realidad causas definidas y fácilmente inteligibles.

Otra razón por la que muchas costumbres e instituciones parecen tan misteriosas estriba en que se nos ha enseñado a valorar explicaciones espiritualizadas de los fenómenos culturales en vez de explicaciones materiales de tipo práctico. La solución de cada uno de los enigmas revisados en este libro radica en una mejor comprensión de las circunstancias prácticas.

La madre vaca

La imagen del agricultor harapiento que se muere de hambre frente a una gorda vaca transmite un tranquilizador sentido de misterio frente  a los observadores occidentales. Innumerables alusiones populares y eruditas confirman nuestra convicción más profunda sobre cómo la gente con mentalidad oriental actúa siempre de forma inescrutable y misteriosa.

La racionalidad del sistema hindú de sacralidad de las vacas radica en que es una protección a su economía y a las condiciones de supervivencia. Para el observador occidental, la vaca hindú no es más que un animal inútil y mal aprovechado, pues estas no producen suficiente leche, además de que su carne no es comida por los habitantes de la India. Esto lleva a pensar a los investigadores que esta sacralidad es la causa número uno de la pobreza y el hambre en este lugar.

Sin embargo, el amor a las vacas va más allá del mito o el simbolismo que representa que la vaca es la madre de la vida. Debido al estado de miseria en que se encuentran los agricultores indios, la vaca se ha vuelto la base de su economía.

El agricultor indio y de escasos recursos no se puede permitir gastar cantidades de dinero en la mecanización de su granja y es por esto que, en vez de usar tractores, utiliza bueyes para el arado. He aquí la primera explicación de la importancia de la vaca en la economía india, pues las vacas son productoras de bueyes. Aunque las vacas en la India no se utilizan sobre todo para la producción de leche, aquellas son útiles para otras cuantas cosas menos comunes: su boñiga es útil para la fertilización del campo. Además la mayoría de los platillos en la India se preparan con una especie de mantequilla llamada “ghee” para la cual la boñiga sirve como una importante fuente de cocción, pues esta arde con una llama lenta y limpia, excelente para sus alimentos.

La mayoría de los hindúes tienen prohibido comer carne de vaca, pero existe una casta a la cual se le permite el consumo. Los “indeseables”, que pertenecen a una de las clases más pobres, pueden comer carne de vaca cuando estas se encuentran en un estado de enfermedad muy grave y además pueden utilizar el cuero para comerciar.

Todo esto nos demuestra la racionalidad de este sistema  de protección o sacralidad de las vacas, pues, si estas fueran devoradas, el campesino moriría de hambre cuando más tarde ya no contara con los beneficios del animal.

El potlatch

Según parece, ciertos pueblos están tan hambrientos de aprobación social como otros de carne. Esto es conocido como “el impulso de prestigio”. La cuestión enigmática no es que haya gente que anhela la aprobación social, sino que en ocasiones su anhelo parece tan fuerte que empiezan a competir entre sí por el prestigio como otras lo hacen por tierras, proteínas o sexo.

A veces esta competencia se hace tan feroz que parece convertirse en un fin en sí misma, toma entonces la forma de una obsesión totalmente separada de, e incluso opuesta directamente a, los cálculos racionales de los costos materiales. En las sociedades actuales de consumo es común encontrar una constante búsqueda de estatus entre cada uno de los hombres y mujeres, que presentan ostentación tanto en joyas, ropa o incluso objetos inservibles para la vida cotidiana. Es así que frente a ciertas sociedades en la costa noroeste de Norteamérica ni siquiera el actual sistema de consumo capitalista tiene comparación.

Como consecuencia de la observación de esta conducta, expertos en muchos campos concluyeron que el impulso de prestigio hacía completamente imposible aclarar estos patrones en términos de factores prácticos y mundanos.

Los kwakiutl de la zona de Vancouver vivían en casas de madera, pescaban y cazaban, además ponían en la playa “postes totémicos” para atraer comerciantes haciendo destacar sus aldeas. Los grabados de estos postes simbolizaban los títulos ancestrales que reivindican a los jefes de la aldea.

El jefe kwakiutl nunca estaba tranquilo con su puesto, pues sentía la constante amenaza de que otros miembros de la comunidad pudiesen presentar una filiación similar y desbancarlo. El objeto del potlatch era mostrar que el jefe anfitrión tenía realmente derecho a su estatus. Para esto, donaba al huésped una gran cantidad de valiosos regalos, y el jefe huésped los menospreciaba y prometía demostrar que él podía dar más, para por tanto ser superior. Esto se demostraba en un nuevo potlatch más ostentoso y dadivoso que el anterior. Cada aldea competía con múltiples aldeas no solo con una.

Este rito en realidad es un festín que busca garantizar la producción y distribución de riqueza entre pueblos que todavía no han desarrollado plenamente una clase dirigente. En condiciones en las que todos tienen igual acceso a los medios de subsistencia, la donación de festines competitivos cumple la función práctica de impedir que la fuerza de trabajo retroceda a niveles de productividad que no ofrecen ningún margen de seguridad en crisis tales como la guerra o la pérdida de cosechas. Además, puesto que no hay instituciones políticas capaces de integrar las aldeas independientes en una estructura económica común, la donación de festines competitivos crea una extensa red de expectativas económicas. También actúan como un compensador automático de las fluctuaciones anuales en la productividad entre un conjunto de aldeas que ocupan diferentes ambientes.

Muchas sociedades primitivas rehusaron aumentar su esfuerzo productivo y no lograron incrementar su población precisamente porque descubrieron que las nuevas tecnologías de ahorrar trabajo, significaban que en realidad tenían que trabajar mucho más así como un descenso en los niveles de vida.



Resumen versión de Acini Aparicio


En su obra Vacas, cerdos, guerras y brujas, Marvin Harris muestra la necesidad de esclarecer estilos de vida aparentemente inexplicables a partir del materialismo cultural, es decir comprenderlos desde la identificación y comprensión de las condiciones materiales de las sociedades estudiadas.

La importancia de la estrategia teórica de Harris radica en enfrentar las explicaciones espiritualizadas que se dan a los fenómenos sociales; de este modo, se adentra en la comprensión de éstos a partir de causas prácticas materiales, es decir explicaciones científicas de ellos. Para superar la conciencia cotidiana –fundada en mitos y leyendas que nos dan identidad– y pasar a la conciencia madura de la comprensión se hará una comparación de las culturas pasadas y presentes, de esta manera hace una crítica a la superespecialización.

La madre vaca

Con base en lo anterior, el autor comienza con la explicación material de la supuesta irracionalidad del amor que el hindú tiene hacia las vacas. Desde el punto de vista occidental, no es comprensible tanto amor hacia estos animales. Al contrario, se encuentra en este hecho la causa de la pobreza y del hambre en la India; causa de la pobreza porque el número tan vasto de vacas que se encuentran en las ciudades y el campo es inútil y contrario a la buena economía; causa del hambre porque tal cantidad de vacas, en apariencia, sería la solución para alimentar a la población si dejaran su perjudicial creencia. Incluso son incomprensibles las leyes protectoras de las vacas, como la que provee asilos que se destinan para su alojamiento.

En cambio, Harris apunta que las vacas son de gran importancia para el sustento económico de la India: si bien no son proveedoras de grandes cantidades de leche y no se les come, en un principio las vacas son las “fábricas” de los animales de tiro utilizados para la agricultura hindú, principal actividad económica de la India. De ahí en parte su gran valor; además de esto, la boñiga del animal es de gran utilidad como medio energético. En primer lugar, se utiliza como fertilizante, de tal suerte que la agricultura hindú al no utilizar tractores ni pesticidas tiene un gran ahorro energético en este sector; por otro lado, la boñiga se utiliza como combustible, de hecho es el principal combustible que utiliza el ama de casa hindú. Dadas las condiciones de reservas de bosques y petróleo, no sería posible sustituir el combustible derivado de la boñiga, que produce una llama limpia y de larga duración. Por último, la boñiga se utiliza como material para recubrir los pisos de las casas de tal manera que se pueda limpiar. Cabe mencionar el empleo generado de la recolección del excremento.

La utilización de los animales de tiro en la agricultura se inserta en un sistema económico de baja escala que responde a la incapacidad de industrialización del sector. Si llegase a desarrollarse la industria ganadera en aquel país se desestabilizaría el sistema económico ya que se tendrían que utilizar los campos para alimentar al ganado (las vacas de la India comen en su gran mayoría desperdicio) y en caso de utilizarse tractores en vez de animales de tiro se perderían empleos.

De manera que la veneración hacia las vacas no es sino una consecuencia de la íntima relación que tienen con su economía de subsistencia. Leyendas y mitos creados en torno a las vacas se derivan de esta relación y no son aquéllas las que determinan la utilización de los animales. Asimismo, el autor muestra el aprovechamiento energético en oposición al despilfarro occidental.

El potlatch

Harris analiza la ceremonia de derroche para obtener prestigio llamada potlatch. El potlatch es un festín que un jefe otorga a un grupo rival para ostentar riqueza y obtener aprobación social y respeto. La ceremonia se justifica por la competencia social, es decir, para obtener el reconocimiento como jefe de una población, éste se veía en la obligación de mostrar su grandeza; los regalos otorgados promovían la competencia hacia el grupo invitado, que prometía otorgar un festín más grande. En algunas ocasiones, no sólo se daban regalos sino que se destruían objetos de valor para mostrar el poderío.

En el sur de Alaska, Columbia Británica y Washington se practicaba esta competencia que Ruth Benedict consideraba megalomanía. Harris habría de fundamentar en su texto que el potlatch es el resultado de condiciones ecológicas y económicas determinadas. Esta ceremonia, nos dice Harris, es un mecanismo que fomenta la producción y la distribución de la riqueza en sociedades sin una clase dirigente bien conformada.

Otro caso es el de los habitantes de Melanesia y Nueva Guinea donde un hombre otorga regalos para ser considerado un “gran hombre”: aquí la única recompensa es el prestigio. Harris esclareció el enigma de tales ceremonias explicando que estas prácticas otorgan seguridad material a los pueblos que las practican, ya que la competencia sirve como incentivo para el aumento en la producción; en tiempos de crisis o guerras este mecanismo se justifica. Además, es un mecanismo de distribución de la producción entre las aldeas vecinas, la distribución se daba de las aldeas más ricas a las más desfavorecidas.

Harris diferencia dos tipos de intercambio que están asociados con la organización social de las poblaciones: redistribución y reciprocidad. En el primero de ellos, la organización social es jerárquica: los jefes son quienes dirigen la producción, mientras sus seguidores aportan la fuerza de trabajo necesaria para la obtención de bienes. Por otro lado se encuentra la reciprocidad, que se da en las sociedades igualitarias donde la superioridad es mal vista; la justificación que Harris da es la ecológica.

Mientras en las sociedades donde el mecanismo es la redistribución hay un variado sistema ecológico, en las que se da la reciprocidad aumentar la producción de bienes pondría en riesgo el ecosistema y por ende la subsistencia de la población. La transición de la reciprocidad hacia la redistribución se dio por la dominación del medio ambiente, es decir la crianza y el cultivo de ahí que se diera la acumulación de bienes. La solución, afirma Harris, fue la redistribución y la competitividad por la obtención de status.

6 comentarios:

  1. de alguna forma el discurso de harris comentado en clase acerca deque si se terminan este tipo de condiciones materiales se aniquilaran con estas las creencias y los ritos, me recuerdan a los discursos del falso indigenismo donde la se pugna por la desaparicion del indigena educandolo para que forme parte del sistema que les da otros medios de produccion.

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    1. Respecto al comentario anterior, el indigenismo actual es eso: no se pretende salvaguardar la cultura y las costumbres, sino que el objetivo es introducir a las comunidades en el sistema imperante. Por otra parte, considero que, efectivamente, Harris propone que los modos de producción preceden a las creencias y éstas sólo son una justificación de aquello que no se puede explicar, sino mediante mitos

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    2. En cierto sentido, los argumentos de Harris servirían para la defensa del discurso «indigenista», dado que muestra cómo las creencias tradicionales sostienen una lógica económica muchas veces más «racional» que la «racionalidad occidental». Pero, por otra parte, habría que meditar en las consecuencias de esta «salvaguarda» de «su» cultura, como si fuera una esfera aislada cerrada en sí misma y sin contacto con otros grupos humanos.

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    3. De hecho- al menos en mi opinión - el pensamiento indigenista es una contradicción. Por un lado, se propone la conservación de las culturas indígenas, manteniéndolas casi "intactas" para así salvaguardar su supervivencia; pero, por otra parte, se defienden sus derechos (derechos vistos desde la perspectiva occidental)fundamentales como la educación, la salud, etc. y, en consecuencia, sería inevitable su contacto con la cultura y forma de pensar de Occidente. Mi duda era precisamente eso, si lo que propone Harris realmente puede verse como un fundamento para la defensa de los pueblos nativos y, por otra parte, coincido con su postura de que se debe analizar qué tipo de consecuencias podría traer que se pretenda "aislar" a las culturas indígenas, por un lado y, por otro, "occidentalizarlos".

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  2. el indigenismo es claramente contradictorio pero para mi gusto es mas por que llamandose indigenismo no propone mas que desaparecer a los indígenas o "integrarlos" a la cultura y costumbres occidentales por medio de educación y "progreso". por otra parte no me parece que dejando a los indígenas decidir y si así lo quieren mantener sus propias costumbres y formas de educarse sea una forma de aislarlos simplemente debemos dejar de intentar integrarlos tomando una actitud paternalista decidiendo que es mejor para ellos.
    ademas cuando se da esta creación del indigenismo y se comienza a dar educación a los indígenas (o al menos así lo dice el discurso) los indígenas que salían de sus comunidades para educarse y entrar en la una economía productiva distinta no dejaban sus tradiciones de lado, es mas regresaban a sus comunidades con el ímpetu de revivirlas y salvaguardarlas. así lo dice Federico Navarrete en las relaciones interétnicas en México.

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    1. La pregunta es si una «cultura» puede ser conscientemente revivida o salvaguardada. Esto es, si el hecho de querer preservar una serie de relaciones sociales que, desde la cosa misma, son dúctiles, no es ya señal de que están en proceso de fenecer. El problema es que, por una parte, no se puede aislar una comunidad, ya que esto implica su degeneración: toda forma cultural quiere decir interacción con su entorno (siempre limitado) y con otros grupos frente a los cuales toma posición. La vitrina es artificial. Pero, por otro lado, la «integración» supone un empobrecimiento del espíritu. El argumento de Harris refuerza más bien la idea de que este proceso de «occidentalización» (léase: incorporación al capitalismo) no es más racional que las costumbres «dogmáticas» de esos pueblos, tomados como colectividad. En términos individuales resulta mejor emplearse como esclavo-inexistente en algún campo de Estados Unidos, que continuar una vida miserable en la sierra de Puebla. ¿Qué «tradiciones» tendrán los hijos de estos migrantes, salvo una cohesión ideológica frente a una sociedad que los iggnora, cuando no los desprecia o los mata?

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