domingo, 19 de febrero de 2012

15.02 Prudencia y magnanimidad

Bitácora de la quinta sesión
Texto revisado: Aristóteles, Ética nicomáquea, libros II y IV

Versión de Valeria Molina

El fin último de todas las acciones del hombre es la felicidad; todos tienden a ella. Su satisfacción requiere, vimos en clase, de dos condiciones necesarias, obtenidas ambas de manera azarosa: los bienes corporales, referentes a la cualidad física, y los bienes externos,  alusivos al contexto en el que somos pertenecientes. Sin embargo, dichos requisitos no son suficientes, ellos dos por sí solos resultan carentes de un tercero al que Aristóteles le atribuye un máximo valor: el carácter. El carácter es la educación de los hábitos, es un elemento, por lo tanto, que podemos modificar; el resultado último del ser humano son sus acciones, es lo que hace. Son las costumbres virtuosas las que merecen ser desarrolladas; las virtudes son hábitos que han sido moldeados mediante la práctica con respecto a un ideal; es un modo de ser, un hacer. El hombre lucha, de manera particular, contra el placer pues este último parece tener inmenso influjo sobre el destino humano y el buen o mal desenvolvimiento de la virtud. Mencionamos durante la sesión que, a diferencia de Platón, el cual considera que el conocimiento del bien se logra mediante el intelecto, para Aristóteles, el bien es la realización permanente de buenos actos.

El justo medio del hacer y del sentir es la medida moral más perfecta y difícil de encontrar, nos enseñó la lectura; la virtud se encuentra siempre a mitad del camino entre dos vicios nombrados así por sus defectos o excesos.  El justo medio resulta relativo a cada persona y cada virtud; sin embargo, estas virtudes no son independientes entre sí, todas, sin excepción requieren de decisiones precisas en cuanto a su proceder: ¿qué hacer?, ¿en qué momento?, ¿de qué manera?, ¿en qué lugar?, etc. Es decir, entonces, que todas las cualidades propiamente desarrolladas encuentran un punto común: la prudencia como velador de las acciones. La prudencia se destapa como la virtud máxima, aquella capaz de distinguir perfectamente el punto medio de las cosas y afecciones. El hombre prudente es así magnánimo: encuentra su recompensa última en el honor. El sumo reconocimiento social llega en forma de honor y a manera de retribución por ser el más virtuoso de los hombres; condición valerosa y estimada por sí sola, sin necesidad, dice Aristóteles, de ser demasiado glorificada por los demás.

[Añadido 20.02.12]



Versión de Mauricio Prado

En la sesión del 15 de febrero abordamos los capítulos segundo y cuarto de la “Ética nicomáquea” de Aristóteles. Hicimos una lectura del texto que aporte a la construcción de nuestro tema semestral que es “La competición como motor de la cultura”.

La clase comenzó con una amplia sesión de preguntas, las cuales se llevaron la mayoría de la clase, en general las preguntas iban en relación al justo medio aristotélico, el papel de la magnanimidad entre las demás virtudes. Para responder estas preguntas el profesor debió empezar por el principio del razonamiento aristotélico en este tema.

El fin último de todas las acciones humanas es alcanzar la felicidad (tema que ya habíamos tratado el semestre pasado). Para alcanzar esta felicidad es necesario que se reúnan varios factores, los cuales podemos dividir en dos ramas: los incontrolables que son los bienes externos (el nivel económico, nivel social, etc.) y los bienes corporales (los atributos físicos); y el que sí podemos controlar, que es el Ethos.

El Ethos es el más importante de todos los factores para alcanzar la felicidad. Podemos  identificar al “Ethos”  como el carácter, y éste se va forjando con los actos que hacemos día a día. Para el correcto desarrollo del hombre, es necesario que se aleje de los placeres y de la vida política, para concentrarse específicamente en el desarrollo de las virtudes, que llevará a la felicidad plena, según Aristóteles.

Ahora bien, hay que entender cómo se forma este Ethos. Aquí podemos ver claramente cómo la Paideia (que vimos la clase precedente) influye, porque la Paideia, o formación, nos muestran el deber-ser. La Paideia nos muestra el ideal que hay que alcanzar. Aristóteles hará su contribución a esta formación del deber-ser argumentando que se debe alcanzar un justo medio entre dos vicios para alcanzar la virtud.

Cuando Aristóteles habla del justo medio se refiere a que no hay que caer en los extremos de los vicios, sino que hay que alcanzar un punto intermedio: ahí es donde se halla la virtud. Por ejemplo, la valentía es una virtud y está entre dos vicios: la temeridad y la cobardía. Se debe alcanzar un equilibrio entre estos dos vicios, porque es tan malo ser completamente temerario (cayendo en la estupidez) y ser cobarde, aunque también hay que mencionar que la virtud de la valentía está más cerca del vicio de la temeridad y más alejado de la cobardía. Ahora, dado que cada individuo es diferente y tiene ciertas inclinaciones naturales a uno y otro vicio, se deben crear hábitos para contrarrestar estas inclinaciones naturales.

Algunas virtudes subordinan a las demás, o bien si no las subordinan sí determinan más que otras para que el hombre sea virtuoso. La magnanimidad es la virtud más importante y para tener la magnanimidad es necesario ser un hombre prudente. Ya que la magnanimidad consta de saber repartir y recibir honores adecuadamente, esto es, saber cuándo actuar, cómo actuar, dónde actuar.

Lo que podemos rescatar para nuestro curso de esta lectura de Aristóteles es que hay un cambio en la percepción de honor en comparación con los textos de Homero. Porque en La Ilíada se busca obtener el honor por el honor mismo, por el reconocimiento de los otros, esto es lo que determina al individuo. En cambio,  en Aristóteles hay un cambio de percepción, ya que no se busca el honor por el honor mismo, se busca una vida virtuosa (para alcanzar la felicidad como fin) y el honor llega como consecuencia de la virtud.

[Añadido 20.02.12]



Versión de Carlos Leonardo Mendoza

En la clase del 15 de febrero se expuso, a grandes rasgos, el libro 1 de esta misma ética, que vimos el semestre pasado, para crear un preámbulo y contestar algunas dudas.

En un principio vimos cuál era el fin de los actos, que según Aristóteles es la felicidad. La felicidad se puede entender en varios sentidos, uno de los cuales es el del placer, a lo largo del cual todo es sentimiento o arrebato que nos absorbe y nos extasía; otro de los sentidos es el de felicidad como honores, la cual implica la búsqueda de la virtud a partir del reconocimiento de los demás, como sucede en la política. Sin embargo, el camino que Aristóteles considera mejor y más verdadero es el de la contemplación. En el momento en que se alcanza esta virtud podemos llegar al reconocimiento de los demás y al llamado “honor”.

Para continuar resolviendo las dudas que había, se explicó que para la dialéctica de Aristóteles existen los principios y lo sensible. Por lo que respecta a los principios, Aristóteles señala que estos son evidentes en sí. Esto quiere decir, la verdadera esencia de las cosas; y dentro de lo sensible, que es lo evidente para nosotros, Aristóteles apunta que eso es la apariencia de las cosas. En el ámbito del ser, lo evidente para nosotros son los objetos (sc. Substancias) sensibles, que tienen materia y forma, mientras que en lo evidente en sí la substancia no tiene materia, es forma pura.

Después de esto pasamos a ver qué es la virtud, que es definida por Aristóteles de la siguiente manera: “para el justo medio, que es en donde la virtud se desarrolla, es necesario que estén 2 vicios en cada extremo del justo medio”.

Sin embargo, existe otra variante en esto, pues  puede ser que una virtud esté más cerca de uno de los vicios que del otro como lo es la valentía, que en este caso es la virtud y está más próxima a la temeridad que a la cobardía; lo cual podría indicar que estas virtudes y su reconocimiento son de carácter social.

El justo medio puede entenderse de 2 modos: como absoluto y como relativo; Aristóteles sólo se ocupa de los relativos, que se basan y están sujetos a la determinación, acción y pensamiento social.

El hombre debe aspirar a la prudencia, que para Aristóteles es el conjunto de todas las virtudes o la concentración de las virtudes en un solo individuo, un modelo de virtud.

Otro punto a destacar fue el de la constitución del hombre (anthropos) ya que este está constituido por dos elementos: la naturaleza, que es inmodificable y la educación o (segunda naturaleza) que es moldeable para forjar el carácter (ethos) a base de una práctica constante. No obstante, para Aristóteles son necesarios 2 tipos de bienes para poder desarrollar la virtud: los bienes externos a los que podemos llamar propiedad, clase social etc. y los bienes corporales, que en este caso son los sentidos.

Aristóteles hace ver que el placer “per se” no es malo, sino las acciones o decisiones que tomamos a partir de él.

Asimismo, se plantearon 3 puntos a seguir para hacer más comprensible el texto y la clase:

1) la felicidad
2) la virtud
3) la prudencia

Pero como las dudas que surgieron al principio de la clase fueron bastantes y su contestación fue amplia, no fue posible seguir con el curso determinado de la sesión. Se respondieron y explicaron los 3 puntos pero de una forma diferente a la ya programada.

4 comentarios:

  1. Si el modo de vida más indicado para Aristóteles es el de contemplación, ¿aquí también son necesarios los honores o son inexistentes en este caso?

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    1. Los honores no son el fin –o el contenido de la felicidad–, pero resultan de la propia actividad virtuosa: son su adecuado «adorno» dice Aristóteles. Dado que el «fronimós» (varón prudente) ejerce la «magnanimidad», sabe otorgar y recibir honores según corresponda.

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  2. y no se pueden tomar buenas decisiones a partir del placer? o resulta imposible?

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    1. El placer no es una guía adecuada de la acción, diría Aristóteles. No se trata, por supuesto, de llevar una vida privada de placeres. La felicidad tendrá como consecuencia ciertos placeres, pero no será su fundamento.

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