Resumen versión de Ulises Dehesa
Paul Cézanne, Arlequín (1890) |
La estulticia comienza su discurso haciendo la aclaración de que poco le importa su mala fama. A la vez pide a su auditorio que escuche sus palabras con los mismos oídos atentos que presta a los charlatanes. Lo que lo ha llevado a pronunciar su elogio va mas allá de intenciones ególatras; el hecho que sorprende es que todos los años por los cuales ha transcurrido la humanidad nadie ha hecho un espacio para tratar la estulticia, si bien no busca definir conceptos a partir de un discurso elaborado con años de antelación, como hacen otros.
No aborda la locura con el fatalismo que se trataba en la Edad Media -en la que la que la locura era vista como una desgracia, como un mal a exorcizar-, sino que Erasmo la ve como algo inherente al hombre, como aquello que, sonando quizás paradójico, es lo que lleva al hombre hacia la razón.
La locura no está peleada con la razón. Hay dos tipos distintos de locura: “una demencia furiosa” que lleva a la destrucción de la conciencia y de la civilización, mientras que su elogio refiere a aquella “dulce ilusión” que conduce al enjuiciamiento irónico del yo y del mundo circundante.
Después de hacer esta distinción, Erasmo comienza con severas críticas hacia las grandes pretensiones de los teólogos y hacia la falta de modestia de los sacerdotes y hacia la superstición de los fieles; los políticos se pierden en sus ambiciones personales y los papas predican la guerra santa para la reconversión de los herejes. No hay que dejarse engañar por aquellos que navegan con la bandera de poseer la verdad absoluta.
A continuación, la estulticia cita su linaje e influjo entre los dioses griegos. En un sentido análogo, la infancia es dichosa justo porque proviene de la falta de sensatez: nada más odioso que un infante plenamente racional. Los viejos son cercanos a los infantes por las tonterías que cometen. A su vez, las mujeres, a pesar de ser seres hermosos y brindar placer al hombre, son mas estultas que él por naturaleza; pero no por ello han de ser rechazadas, pues su simple presencia emana un placer que el hombre necesita para la vida.
La estulticia aligera y hace soportable una situación; los gobernados con el gobernante, el rey con sus súbditos, el marido con su mujer; brinda un aire de renovación a la relaciones, ya sean las matrimoniales o los lazos de amistad o los de jerarquía. Para que toda relación sea agradable y sólida es necesaria una dosis de estulticia.
El amor propio es, en muchos casos, el único remedio que uno posee para ejercer una defensa en contra del opinar de los otros; si los autores de las grandes obras se hubieran cuestionado lo que hacían, posiblemente las obras no habrían sido concluidas, pues es a través del amor propio que el hombre lleva a cabo sus proyectos y omite los defectos.
Los sabios, en su afán por obtener la sabiduría, se alejan de los placeres sencillos del hombre común. Desde ese punto de vista, el hombre estúpido o necio es más feliz que el gran filósofo, en la misma medida en la que el imprudente es más sincero que el que el que actúa con prudencia. En los animales hay otra muestra de ello, ya que no se rigen por ninguna ley ni saber, ¡menos aún intelecto!. Hay, por ejemplo, viejos que ponen todas sus energías en mostrar un aspecto más joven, aunque pueden parecer estultos y ridículos a los ojos de terceros, ellos están realmente convencidos de que al sentirse jóvenes por dentro también pueden proyectarlo siendo, a su manera, felices.
Utilizando algunas reflexiones religiosas y conceptos tomados de las propias escrituras bíblicas, es posible llegar a la conclusión de que el espíritu religioso y místico es similar o afín a cierto tipo de locura, así como también lo sería la beatitud o felicidad celestial. Al final, por supuesto, debe olvidarse todo lo dicho y expuesto por la estulticia: no se le puede tomar en serio.
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