Thorstein Veblen, «El saber superior como expresión de la cultura pecuniaria» en Teoría de la clase ociosa, México, FCE, 1963, pp.369-406
Síntesis versión de Valeria Molina
Es en el saber superior, es decir, en la institución educativa, donde la clase ociosa hace más patente la influencia de sus ideales. En su origen, el saber se relacionaba con la función devota de la comunidad, pues se expresaba como un servicio prestado a la clase ociosa sobrenatural; el conocimiento adquirido consistía en la manera eficaz y adecuada de acercarse a las potencias prodigiosas y así pedir su intercesión o abstención en el curso de ciertos acontecimientos. La figura del sacerdote viene a tomar posición de mediador entre dichos poderes y la humanidad; el saber del vínculo pasa por incognoscible y debe su utilidad al carácter recóndito. El elemento secreto del conocimiento es y ha sido, en todo tiempo, muy efectivo para la finalidad de engañar e impresionar a los ignorantes. Así, pues, el saber comenzó por ser, en un sentido, un subproducto de la clase ociosa vicaria de los sacerdotes.
La fundación de escuelas para la enseñanza de las clases inferiores, donde se difunde el conocimiento de las cosas inmediatamente útiles, deriva en instituciones de saber superior. La finalidad inicial de dichas universidades es preparar para el trabajo a los miembros jóvenes de las clases industriosas; en el plano del saber superior, al que se tiende por lo común, el objetivo pasa a ser la preparación de los miembros para el consumo de cosas materiales e inmateriales con arreglo a un método convencionalmente aceptado. Las escuelas inferiores adoptan y cultivan los usos y costumbres ociosas debido a un continuo deseo de conformarse a las pautas reguladoras de la reputación académica mantenida por las clases superiores.
Los hábitos mentales impuestos por la vida industrial moderna se expresan como un cuerpo de conocimientos científicos teóricos a través de un grupo de hombres –investigadores, hombres de ciencia, inventores, especuladores, etc.– La presencia del conocimiento científico en el saber superior se debe, en gran parte, a los miembros de las clases industriosas que se han encontrado en circunstancias suficientemente buenas para poder dedicar su atención a intereses distintos de la búsqueda del sustento diario. Ordinariamente se presume que no ha habido una erudición sólida donde falta el conocimiento de los clásicos y las humanidades: esto lleva al cuerpo estudiantil a hacer ostensible derroche de tiempo y trabajo para adquirir tal saber. La importancia atribuida a cierto derroche ostensible, como accesorio de toda formación que da a quien la posee una buena reputación, ha afectado nuestros cánones de gusto y de utilidad en materia de erudición, de modo muy semejante a como el mismo principio ha influido en nuestro juicio acerca de la utilidad de los bienes manufacturados. No obstante, ha existido un desplazamiento parcial de las humanidades, de las ramas del saber que favorecen la cultura, por esas otras que ponen atención en la eficiencia cívica e industrial. Los campos del conocimiento que favorecen la eficacia productiva han ido gradualmente ganando terreno sobre otros que llaman a un mayor consumo, inferior eficiencia industrial, etc.
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